Arte y utilidad
Por MJ. Sarmiento • 24 de marzo, 2006 • Tema: Artículos, RecomendadosLa pregunta sería: ¿puede considerarse “Arte” una pieza utilitaria, aun si ha sido concebida con ambas intenciones? La respuesta puede ser contradictoria dependiendo de la mentalidad, el conocimiento y la visión de quien a dicha pregunta responda. Al menos en ese sentido, Japón es un país que se ha caracterizado por su sentido común; y no digamos que ha sido exclusivamente reconocido internacionalmente por los avances en el campo de la tecnología, pues en el terreno artístico ya nuestras vanguardias históricas se dieron cuenta de aquella avant-garde establecida por los primitivos maestros de té (filosofía Zen, s.XVI), al contemplar como tal una determinada cerámica y por ello la taza de té elegida para dicha ceremonia (chanoyu), ampliando así los límites del arte de un modo sin precedentes; hecho que, sin duda, ha supuesto toda una inspiración para la modernidad.
A ese sentido común anteriormente mencionado, se debe que la modernidad pueda convivir en perfecta armonía con la sabiduría de las tan respetadas e incluso preservadas tradiciones japonesas (lo que incluye el hecho de favorecer la transmisión de conocimientos de primera mano, o lo que es igual impartidos por artistas a los que el departamento de cultura nipón otorga el rango de “Tesoro Nacional viviente”/o, intangible). Siempre se habla del importante arraigo en la tradición que tiene allí la cerámica artística, y mucho más si resulta que es utilitaria. Y es que en cierto modo siempre se contempla como extensión de la tradición aun siendo obvia su diferencia, o lo que es igual, aun siendo una interpretación personal impregnada de la expresión de su autor. Esto ocurre porque en su interior, el autor, siempre se siente deudor de sus antecesores.
En las imágenes precedentes, pueden contemplarse dos obras distantes en el tiempo (450 años): una taza de té realizada por Chôjirô (Raku I), y otra del presente heredero del sello Raku (XV generación) o actual Kichizaemon.
Sin embargo, cuando en el Oeste se escucha la palabra tradición, sin más matizaciones, tal afirmación parece inducir a interpretaciones confusas con respecto a lo que algunos occidentales consideran un “estar en la modernidad”; y esto se debe más a un tipo de mentalidad conservadora adherida a ciertos postulados académicos del pasado. Por poner un ejemplo práctico es preciso subrayar que, por lo menos en términos artísticos, lo que se define como tradicional para un occidental es muy diferente de lo que dicho término significa para un japonés. Para entenderlo hay que tener en cuenta que allí, en lo que se refiere a la creación, la denominada “tradición” nunca se ha interpretado como obstáculo para el desarrollo de la creatividad, la expresión personal y el avance. Es más, dichos conocimientos se han interpretado como bagaje cultural que ha aportado el conocimiento del oficio tan necesario del “saber hacer”; así pues, la expresión de «su tiempo» (siempre desde “su” visión contemporánea) realiza un arte capaz de integrarse en la vida diaria: como objeto digno de ser contemplado, lo que no significa que no pueda ser útil al mismo tiempo.
Ryoji Koie / «Chawan»
Mas esta interacción entre la expresión artística y la vida, no solamente le incumbe a una línea discontinua que engarza el presente con la tradición. Desde el punto de vista de la modernidad y de todo lo que se arriesga a transpasar lo establecido: artistas contestatarios como lo han sido Noguchi, Yagi, o lo es actualmente Ryoji Koie son una realidad. De este modo, la “taza”, en su simplicidad, se muestra ante el espectador/usuario como “tema” para la expresión y representación de una apertura en la mirada y en el concepto, capaz de disolver cualquier frontera:sobre lo artístico, pero también entre la mentalidad del Este o del Oeste.
José Antonio Sarmiento
«Cuenco de verano», Hikidashi guro
Artist Potters.com: exposición de tazas
Diario de Tokio (Tokyo-Nikki)
Para aportar otra perspectiva incluímos la entrada a un weblog, no precisamente especializado en cerámica; sino un diario escrito desde Tokio por un joven científico español que ofrece una mirada muy interesante y en primera persona sobre dicho país, y, desde la experiencia y el criterio de su autor. En dicha entrada se afronta un tema que por extensión tiene relación con el que hemos planteado, donde el autor de Tokyo-Nikki explica aspectos de la cultura japonesa que entendemos servirán para ampliar horizontes:
La palabra copia se cierne sobre todos los aspectos culturales e industriales de Japón, como una sombra que pone en entredicho la excelencia del país. Para muchos, desde tiempos antiguos Japón ha sido un país que se ha limitado a copiar y asimilar las influencias que le iban llegando desde el continente, a través de filtros impuestos por China y Corea. Otros aceptando este hecho histórico, hablan de la copia y mejora realizada en Japón como el punto fuerte de un pueblo que ha sido capaz de mejorar desde la pintura en tinta china (suiboku) hasta un transistor. Aunque ambas son visiones parciales que no hacen justicia a una creatividad japonesa que ha producido una cultura singular con influencia internacional en todas las artes, reflejan un hecho que desde luego reside en los principios de la cultura japonesa.
La copia, que no el plagio, se resume en japonés con la palabra honka-dori. Y lejos de ser un adjetivo descalificativo, alude al homenaje y autorealización del alumno que intenta emular al maestro. El proceso de copia no es un acto creativo en si, pero si la forma por la que adquirir la técnica necesaria que permita una verdadera creación. En todas las artes japonesas, antiguas escuelas han sido depositarias de estilos diferentes que han preservado técnicas que de otro modo se hubieran perdido. En ellas, los artistas siguiendo un estilo fuertemente marcado, innovaban de acuerdo a los gustos de la época sin perder el respeto por la tradición. Algo muy diferente a las escuelas de pintura Europeas, en donde las fuertes individualidades terminaban aflorando y fragmentando la escuela cuando fallecía su fundador.
Yamaguchi Akira, Aida Makoto y Tenmyouya Hisashi son pintores contemporáneos japoneses que se han servido del honka-dori para ofrecer una perturbadora mirada a las raíces del arte japonés. A primera vista, sus cuadros poco se diferencian de las clásicas pinturas contenidas en biombos (byobu) de los museos, con escenas que fácilmente podrían encontrarse en alguno de los más famosos ukiyo-e. Sin embargo, una cuidadosa observación revela que modernos elementos parecen haber hecho un viaje temporal. Así vemos modernos salary-man flirteando con cortesanas en kimono, samurai que han cambiado sus caballos por modernas motocicletas, o robots como personificación de antiguos demonios. No hay estridencias en estos cuerpos extraños, que encajan a la perfección en estos modificados cuadros que parecen revelaciones de un futuro posible pintados por algún pintor de época bajo los efectos de algún alucinógeno. La síntesis entre tradición y modernidad es alcanzada con precisión y respeto por los maestros, mostrando a la vez aspectos de la vida moderna que al contraponerlos con la vida antigua, demuestra que hay jerarquías demasiado arraigadas en la sociedad japonesa difíciles de limar por el paso de los siglos.
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